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MM30032018

Cinéfilo

María Magdalena, una revisión en clave feminista

Por: Armando Tovar

María Magdalena sigue el camino de su protagonista (Rooney Mara) desde sus días de juventud en Magdala hasta su decisión de abandonar el hogar paterno para acompañar a Jesús de Nazaret (Joaquin Phoenix) en las que serían sus últimas semanas de vida, antes de predicar en Jerusalén.

Lo que Edmundson y Goslett eligen contar no son los episodios bíblicos al uso, sino los espacios silenciados, las elipsis entre un cuadro y otro de entre aquellos narrados por los evangelistas, aquellos en los que el predicador y su compañera permanecían lejos del resto, alimentando un vínculo de solidaridad fraterna que, de acuerdo al guion y a la dirección del propio Davis, habría sido juzgado, errónea e históricamente, como una relación carnal que finalmente habría redimido a ambos, a él como tentado, a ella como pecadora.

Como la propia Biblia, la cinta tiene mucho menos interés como registro comprobable de hechos históricos que como parábola más o menos universal de la solidaridad, la piedad o la compasión; pero a diferencia de los mismos evangelios, escritos después de todo por cuatro hombres educados en la cultura judeoárabe mediterránea, pone el énfasis en la relación igualitaria entre hombres y mujeres como motor de esa misma espiritualidad.



Aunque a ratos demagógica, con un tono cambiante y errática en varios momentos, María Magdalena tiene tacto para mantener a raya su propio ímpetu moralizador dejando hablar a secuencias sensoriales como la que tiene lugar al interior de una colonia de enfermos en las montañas, filmada y montada con elegancia, ejecutada por precisión y dramatizada con mesura.

Son éstos los momentos en los que la película es más hábil en dialogar con el espectador contemporáneo, y no las recreaciones de la última cena, la resurrección de Lázaro o la crucifixión, que aunque se presentan con sobriedad y elegancia lacónica, no dejan de ser teatrales.

El mayor mérito aquí es de Phoenix y Mara, quienes con discreción, contención y una gestualidad bien matizada, se ocupan de construir dos personajes creíbles que, por mostrar destellos de una humanidad prosaica, no siempre parecen conscientes de su relevancia en el futuro orden de las cosas. Y eso, para mí, es un alivio. Lo mismo sucede con Pedro (Chiwetel Ejiofor) y Judas (Tahar Rahim), quienes aprovechan el espacio disponible para elaborar figuras ligeramente más complejas y menos monolíticas de lo que dicta el mito; ambos aportan matices dramáticos que ayudan a sobrellevar los episodios más conocidos y cansinos del relato.

Mención aparte merece la banda sonora, última compuesta por el fascinante Johan Johannsson (La llegada, Sicario), quien falleciera apenas tres semanas antes del estreno londinense, y la cámara de Greig Fraser (Rogue One, Foxcatcher, Lion), un fotógrafo con la misma habilidad para iluminar interiores que para desplazarse en paisajes con luz natural o en decorados artificiales, dándole a María Magdalena una integridad visual sólida que se cuenta entre sus mayores méritos.