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Cinéfilo

Caniba: Un hombre que se gana la vida comiendo carne humana

Por: Armando Tovar

“Todos amamos a los caníbales. Todos somos caníbales y no lo podemos negar. Ya sea en nuestra vida espiritual o en nuestra vida sexual”.

 

Es una frase provocadora del antropólogo Lucien Castaing-Taylor, uno de los dos directores de «Caniba» junto a Verena Paravel. Cuando esas palabras retumbaron en la sala de presentación del documental durante el Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges, los espectadores se removieron en sus butacas. Estaban incómodos porque sabían que tenía razón.



 

A todos nos gusta canibalizar el deseo sexual en nuestras relaciones. Hambre carnal de mordiscos subidos de tono con jugos corporales de aquí y de allí no hacen daño a nadie. Evidentemente es algo en sentido figurado porque nunca desayunaríamos un pedazo de carne del culo de nuestra pareja con el café de primera hora de la mañana… ¿verdad?

 

Pues inexplicablemente existen personas que confunden el deseo sexual con el deseo caníbal. Y en este documental, ganador del premio Orizzonti en Venecia, el protagonista no puede evitarlo.



 

 

Es el caso de Issei Sagawa. El japonés que decidió matar a su compañera de universidad en Sorbona (París) para poder cumplir con su mayor fantasía sexual: comerse trocitos de su cuerpo inerte mientras gozaba de la erección más potente de su vida.

 

Aunque parezca imposible, lo más turbio de la historia vino después: Issei no entró en prisión pese a ser pillado in fraganti justo antes de intentar sumergir dos maletas con restos del cuerpo de la chica en un lago. Se salvó de la cárcel alegando problemas mentales e ingresó en un manicomio de donde salió al poco tiempo. Desde entonces ha vivido gracias a su popularidad protagonizando películas, mangas, producciones pornográficas y pintando cuadros que vende por Internet.

 

¿Es posible entrar en la mente de un caníbal? O mejor dicho, ¿se puede empatizar con alguien que necesita comer carne humana para ser feliz?. Este es el territorio que explora “Caniba” –con la ele final comida por alguien o algo– durante 90 minutos claustrofóbicos que no abandonan en ningún momento el primerísimo primer plano. El objetivo es que el espectador no tenga ni un segundo de descanso; ni un solo fotograma de escapatoria; ni una bocanada de aire fresco.

 

Los cinco sentidos se focalizan en la mirada y el aliento de un caníbal con la cámara a menos de un metro de distancia. Invade tu espacio vital como espectador pasivo y no es casualidad que durante la proyección mucha gente se fuera de la sala sin mirar atrás. “Mi fantasía sexual era que René (la chica que se comió) me coma”, dice. Comer para ser comido se junta con un deseo imposible: encontrar a alguien que se deje comer por placer.

 

 

Hay algo inexplicable en los silencios aterradores que deja entre frase y frase, en los ojos a veces perdidos a veces sorprendentemente vivos, en los abrazos a su oso de peluche, en su oscura relación con su hermano, en los planos secuencias que juegan con el desenfoque… Evidentemente la enfermedad que padece lastra sus movimientos y su discurso, pero es inevitable pensar que la lentitud con la que verbaliza cada palabra está premeditada y perfectamente estudiada al detalle. Como si la malicia en estado puro comandara un discurso casi no humano.

 

Todo molesta y engancha sin saber que sensación se impone sobre la otra. Locura, culpa, deseo y hambre son los personajes inventados que habitan en la mente de este japonés torturado por el pasado y por una enfermedad degenerativa que, irónicamente, lo está devorando poco a poco.

 

 

Alguien que es capaz de dibujar un manga reproduciendo al detalle todos los actos del crimen que cometió seguramente no merece el perdón de nadie. “Tengo el impulso de dibujar”, dice mientras vemos las viñetas del manga que publicó con relativo éxito en Japón y que hojea con risas perversas de su hermano. Incluso cuando aparecen imágenes de su infancia feliz junto a su familia es aterrador pensar que no se necesita un pasado traumático para convertirse en un monstruo.

 

Cuando acaba el documental te das cuenta que Issei sólo sigue vivo físicamente. Su mente murió el mismo día que se comió a René, la universitaria francesa que se cruzó en su vida y la cambió para siempre. Vivir de la fama caníbal no es cine fantástico, es la pura realidad. «Es un milagro», dice. Es un milagro y una pesadilla.