Menos Shakespeare, menos griegos y más voces nuevas

Por ridículo que parezca, casi podría afirmar que en México hay sólo dos tipos de personas que van al teatro. Los primeros estudiaron en escuelas de actuación y se asumen como actores (y algo más, normalmente comunicólogos o algún título de humanidades), probablemente han escrito sus primeras obras, dirigido un par y, con mucho esfuerzo, lograron conseguir una temporada en pequeños foros, bares o departamentos (su propio depa, porque es casi imposible pagar la renta de los teatros con 5 asistentes por función). Y los segundos son las parejas de los actores, amigos del director y algún familiar del resto de involucrados en la realización de la obra.

 

Aceptémoslo: los mexicanos no van al teatro. Motivos hay muchos, desde el alto costo de los boletos, alto en comparación al cine, que nada tiene que ver con el teatro pero a la gente le encanta creer que sí y compararlos, hasta la oferta aburrida de la adaptación número tres mil quinientos de Shakespeare y la cuatro mil de los griegos: Antígona androide en la postguerra del hombre contra los zombis o Hamlet versión transexual en una sociedad de violencia de género, sin contar las millones de versiones de Fausto presentadas cada año.

 

¿Y las voces de nuestros dramaturgos nueva generación dónde están? La respuesta inmediata es: esperando presupuesto y una institución que los volteé a ver. Becas hay, el problema es que la fórmula para obtenerlas la dominan los favoritos de las vacas sagradas, por eso siempre ganan los mismos. No estoy diciendo que sean malos, pero los apoyos, los teatros y la crítica favorable están actualmente con nombres como Hugo Arrevillaga, Martín Acosta, David Gaitán y Alejandro Ricaño.

 

Por eso ayer fui al reestreno de Todos los peces de la Tierra. Al leer «bajo la dirección de Ricaño», pensando en el éxito que tuvo El amor de las luciérnagas y en lo mucho que me gustó la actuación de Sonia Franco, creí que sería una buena opción. Y no me equivoqué del todo, al menos no es Hamlet, ni Antígona, ni Fausto. El libreto fue escrito por la dramaturga (joven, por suerte) Bárbara Perrín Rivemar, quien supo hacer narraturgia (teatro narrado) al estilo Ricaño. El resultado es una obra tierna, de tintes poéticos, conmovedora y con humor. Son dos actrices en escena, Adriana Montes de Oca y Gina Martí, interpretando al mismo personaje: Marina, una niña que, acompañada de su propia voz, emprende una especie de viaje iniciático tras el abandono de su madre y una relación de amor-distancia con su padre.

De un momento a otro, Perrín salta de elementos marinos a imágenes poéticas entrelazadas con humor, ternura y fragilidad. Por un lado está la seducción interrumpida de una sirena que no puede cantar, por otro, la caída hacia el abismo, un personaje que se desdobla y deja que salgan sus voces. El espectador pasa una hora sumergido en este oleaje emocional, la huida de la casa de su padre pero la búsqueda del Lobo de Mar y la asfixia que produce a un ser marino caminar sobre la tierra. Todo en esta obra es simbolismo y, aunque la propuesta de dirección de Ricaño es muy similar a la de su propia obra El amor de las luciérnagas, es decir, optó por la fórmula aceptada y no arriesgó en innovar, los elementos de la escenografía juegan a favor de la historia.

 

Después de todo, el famoso apellido del director le hizo justicia a una historia que merece darse a conocer. Mexicanos, vayan al teatro, dejen de compararlo con el cine, nada tiene que ver, además en muchos teatros, los jueves la entrada cuesta 30 pesos; y Mexicanos dramaturgos, dejen de montar Shakespeare 3.0 remake, remasterizada o la versión, de la versión, de la versión de los griegos, denle apoyos a la voz de hoy, al teatro de hoy, o ¿será que de verdad ya no hay nada que decir?

 

Todos los peces de la Tierra

Lugar La Teatrería. Tabasco 152 colonia Roma, CDMX

Costo $350.00

Fecha Todos los miércoles hasta el 28 de marzo (10 funciones)

Duración 60 min.